Eran las ocho de la noche y me internaba por un callejón completamente oscuro. En el camino tropezaba con pequeñas acequias y montículos de tierra que por ser desconocidos para mí, no los podía sortear. Mi rostro era arañado por algunas ramas de árboles que necesitaban poda y que se extendían por el camino. Y si, parecía una película de terror. Nadie en el camino, ninguna persona a quien preguntar y debía ingresar por lo menos unas ocho cuadras para encontrar la casa donde debía celebrarse la fiesta de una quinceañera.
Si me asaltaban, era presa fácil porque no sabría donde correr y a lo lejos se escuchaban algunos ladridos de perros. Me encomendé al padre de la dueña del cumpleaños fallecido unos años atrás, para pedirle apoyo y me permitiese no solo llegar ileso sino también encontrar la casa desconocida adónde iba. La oscuridad hacía más tétrico el viaje. Había prometido ir a La Esperanza en Huaral para cumplir con saludar a una ex alumnita que finalizaba excelentemente sus estudios secundarios y que había dejado su barrio de la Urbanización Angélica Gamarra en Lima para continuar sus estudios en Huaral.
La promesa de ir a su fiesta no solo era para ella sino también para su madre que adolorida por una terrible enfermedad sabía que la vida se le iba y le angustiaba saber cómo se quedarían sus hijos. Me daba la impresión de ser la versión masculina del cuento aquel donde la niña se había escapado de su casa y que caminaba y caminaba por el bosque buscando donde protegerse para no encontrarse con la bruja.
Por fin encontré una casa que sus dueños salieron porque los perros me querían comer vivo. Al preguntarle por la familia me enviaron dos cuadras más al fondo. Llegué y luego de saludar con mucha alegría a los de casa tomé asiento sorprendido por la inmensa oscuridad que había y visos de no existir ninguna reunión. Sin embargo, al cabo de media hora, llegaron unas camionetas y algunos tíos y primos de ella, comenzaron a bajar instrumentos musicales y potentes linternas. La casa se llenó de invitados y fue una hermosa fiesta.
A las doce de la noche al son del Danubio Azul, Josefina, la madre de la homenajeada me pidió bailar entendiendo que era la última vez que lo haría porque los dolores que sentía eran cada vez más fuerte. Y no quería quedarse sin bailar justamente en esta ocasión. Contra todo pronóstico, lo hizo muy bien y casi terminamos la pieza completa, pero noté que se había agotado pero que así cansada era feliz en esos momentos con su hija que posiblemente había acariciado mucho tiempo atrás. Me pidió la orientase a su niña mientras pudiese, lo que cumplí a medias. Efectivamente siete meses después nos dejó en el mes de Enero. Se hizo mayor y contrajo nupcias con un apuesto joven, asistí a su matrimonio y parecía una Reyna por lo hermosa que era, más aún cuando llegó en una espectacular limosina. Tuvo una hermosa hija que ahora debe tener más de veinte años. Perdí contacto con ella por muchos años y la encontré por este medio lo que me dio mucha alegría.
Había sido mi alumna desde los seis añitos y por toda la Primaria en el 2091 de Las Palmeras desde 1979, siendo una destacada y muy inteligente integrante con mucho razonamiento. La quise y la quiero tanto como se ama a una hija y mucho recuerdo cuando algunas veces celebrábamos los 15 de junio en su casa. Su nombre: Ana Julia Roca Colán. FELIZ ANIVERSARIO ANITA. Un abrazo y un tierno beso.

