En 1977 en el C.E. 2091 Las Palmeras, posteriormente I.E.E “Mariscal Andrés Avelino Cáceres”, había un morenito que era de educación especial con problemas para la docente porque no había descubierto que este niño era afásico y que padecía de una sordera que no le permitía escuchar las clases por lo que había repetido el Primer Grado de estudios.
Por la edad no lo había aplazado y había decidido llevarlo a los años superiores, pero manifestaba problemas para el aprendizaje de la lectura y escritura. Siendo el único profesor varón en la época, los niños se me acercaban en los recreos, hacíamos “pichanguitas” y les bromeaba o simplemente les daba una palmadita en los hombros como señal de cariño. El niño fue retirado y matriculado en el estatal que está al comienzo de la Av. Angélica Gamarra. A la sazón, los docentes de aquel colegio vinieron a solicitar mi apoyo para integrar el equipo de Fulbito porque se avecinaba una competencia magisterial.
Debía entrenar y lo hacíamos los miércoles y sábados por las tardes y cada vez que asistía encontraba al mismo morenito ya de once o doce años que me saludaba con entusiasmo y alegría porque tenía la posibilidad de jugar junto con un amiguito que siempre lo acompañaba completando los equipos para las prácticas. Sus padres, que después se hicieron amigos míos, lo habían trasladado de colegio cansado porque la profesora le pedía constantemente la asistencia de un psicólogo para su hijo. Eran niños como de doce años pero jugaban bien, se defendían. Comenzaban de arqueros y luego pedían salir más adelante.
El “blanconcito” siempre era defensa pero jugaba con la cabeza gacha por lo que siempre le corregimos para que la levante. El morenito era rápido y corría muy bien. Cada vez que me veía por la calle me saludaba afectuosamente. Pasó el tiempo y en una oportunidad nos encontramos cuando ya frisaba los 17 o 18 años, entre otras cosas me confió que estaba entrenando en los juveniles del Club Alianza Lima y que le iba bien. Recordábamos algunas anécdotas, le brindé consejos y nos despedimos.
Luego lo veía jugando Fulbito con sus amigos del barrio Las Palmeras en una losa junto al Plantel. Del segundo piso lo divisaba y con él una gran cantidad de público alrededor del campo. Pasó el tiempo y un sábado de diciembre de 1987, mientras degustaba una sabrosa parrillada a una cuadra de su casa adonde había concurrido con el ánimo de colaborar pasó el morenito por medio de la pista acompañado de un grupo de jóvenes familiares y levantándome la mano en señal de saludo y despedida porque su equipo el plantel del Alianza Lima viajaba a Pucallpa a cumplir con una fecha del Campeonato Descentralizado. Él era Ignacio Garretón, y quien no viajó por estar lesionado fue su amigo de infancia Juan Reynoso, el mismo de los entrenamientos, talentoso jugador que brilló en varios equipos como Alianza y Universitario en Perú y el Cruz Azul de México. Ambos habían estudiado juntos su primaria de la Urbanización El Trébol. Como es sabido, el avión se hundió en el mar de Ventanilla al emprender el viaje de regreso y varios cuerpos no fueron hallados de inmediato. Me chocó tanto al punto de no poder conciliar el sueño en las noches por su terrible desaparición. A días, cuando por fin apareció su cuerpo, recién pude descansar tranquilo. Asistí al velorio donde saludé a sus acongojados padres y recuerdo haber visto la presencia de Teófilo Cubillas, José Velásquez y otros jugadores de la época. Aún recuerdo sus ojos adormilados como la de un gatito juguetón, muy risueño.

le decían Josimar como el lateral derecho de Brasil en Mexico 86
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