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domingo, 22 de mayo de 2016

Crónica 37.- Ana Rubí, mi hermana

La vi por primera vez en los primeros años del Cincuenta. Mi prima hermana y su hermano Fernando habían habitado la casa de los abuelos maternos en el valle de Lunahuaná. Langla para ser más exacto, donde sus abuelos el viejo Hermelindo Zapata y su esposa Juana Villalobos eran los administradores de la Bodega “El Sol” que pertenecía a Carlos Tellería y que se dedicaba a la elaboración de vinos, piscos y cachinas. Los años intermedios del siglo XX había tres grandes bodegas que se disputaban la supremacía de exportar los mejores licores del lugar: La Bodega de Venerando De la Cruz en Paullo, El Sol de Zapata y la de Enrique Alvarado “Los Reyes” en el mismo pueblo de Lunahuaná. El caso es que Anita, al habitar con ellos no la conocíamos hasta que vino a residir con sus padres en Pueblo Libre. 

Ya con quince añitos en plena adolescencia y yo que apenas frisaba los cinco. Mi madre, huérfana de padres desde muy pequeña, fue protegida por su hermano mayor, padre de Anita Rubí, por lo que con el tiempo éramos asiduos concurrentes a la casa del tío y por ende crecíamos juntos a los primos. Ya de jovencito mis primeros bailes fueron con la prima Anita quien me enseñaba a hacerlo. Al soltarme posteriormente nos convertimos en la pareja de las fiestas familiares y alegrábamos a todos con las ocurrencias que se nos daban. La Sonora Matancera, Los Matamoros, Los Compadres y toda la música tropical eran nuestros. Bailaba muy bien hasta ahora último en su vejez. Con sus hermanos era con Fernando con quien más se entendía, luego también comenzamos a darle a los valses y polkas. 

El rock y el twist también eran de nuestro repertorio. Allí se lucía Néstor que también lo hacía bien, Olga, Fernando, Guillermo, Sharo, Juanita Flores, Juanita Raimondi, Nelly Sánchez y Elda Vergara ante las delicias de los tíos. Todo quedó atrás, enrumbamos nuestras vidas, cada uno se casó. Anita se puso al hombro a su familia y comenzó a trabajar para ayudar a su esposo, mantener su hogar y educar a sus hijos con mucho amor. Ese amor que se multiplicó a sus nietos fue tal vez lo que le permitió no tener una vejez digna y escasa asistencia durante su enfermedad. Acaso brindar demasiado amor a sus hijos es nefasto. Es cierto que no debemos esperar recompensas pero no recibir lo mínimo es cruel. Se cobijaba en el cariño que le prodigaba mi madre quien se convirtió en su confidente y conmigo por el afecto mutuo que nos brindábamos. Siempre pidiendo mi opinión llamaba frecuentemente por teléfono, la visitaba y era muy amante del Pisco Sour. 

El tío Antonio era el encargado de preparárselo cada vez que visitaba la casa, luego tomé la posta. En mis cumpleaños y en algunas oportunidades que se presentaba también lo saboreó. Muy enferma de insuficiencia renal me pidió que vaya a su casa el domingo 28 de febrero. Tomamos el último brindis, sorbió dos tragos y todos maravillados porque ya no probaba alimentos al darse inicio a su agonía. El Lunes 1 dejó de hablar y finalmente no reconocía a nadie. Muy querida por mis padres fue la hija que no tuvieron y la hermana que no tuve. Nos despedimos bien, apenas tres días después se fue dejando atrás toda una historia familiar. El dolor del mes de Marzo no permitió que escriba antes. Fue enterrada en el Cementerio que queda en las faldas de Vitarte a la que no concurrí en señal de protesta. Descansa en paz, querida hermana.



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