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martes, 22 de abril de 2014

Crónica 16. Felipe Pinglo Alva. Parte 2.

La amistad con don Jorge Lázaro Loayza se prolongó por muchos años hasta el momento que dejó de existir. Esto pasó cuando ya contaba con 96 años y pensando que llegaría al siglo de existencia y contaba con la emoción de llegar al año 2000. Había nacido en 1899 por lo que era promoción con Felipe Pinglo que nació el mismo año. Varias veces me invitó a almorz...ar a su casa en la Urbanización Sol de Oro con el aval de su esposa la señora Zoila Gutiérrez de Loayza (otra señorona gran amiga) quien llegó a ser Presidenta del Movimiento Scout del Perú. Había dejado su Taller de Sastrería, uno de pocos que hubieron en los Barrios Altos, al jubilarse y al solicitárselo las monjas que regentaban las casas construidas alrededor del Convento de la calle Trinitarias. Me narraba que había confeccionado ternos a ex presidentes, diputados y senadores, grandes políticos de entonces, al Rey del Hampa Luis D´Unian Dulanto alias “Tatán”, a personalidades de la época y también al gran bardo criollo. Justamente, tenía un espejo grande en un mueble (de los antiguos) para que se puedan observar y probarse los sacos las personas que requerían de sus servicios, el mismo que usé para peinarme y acomodarme el cabello algunas veces.
 
Cuenta don Jorge que Felipe en una oportunidad, estando un poco demacrado se vio desmejorado y comenzó a componer en voz baja: “Ya estoy viejo hay arrugas en mi frente…” y luego terminó la composición “El Espejo de mi Vida” uno de los clásicos del mejor compositor de valses de todas las épocas. El mueble, cuando los Loayza se mudaron a Sol de Oro, lo dejaron por unos días porque no había espacio en el camión que contrataron para trasladar sus enseres. Cuando volvieron se dieron con la sorpresa que ya no estaba y nadie le daba razón de ello. Al margen no le dio tanta importancia como si lo valoramos ahora por ser una importante pieza histórica. Otro de sus hijos de Jorge Lázaro, César, gran cantante y guitarrista también gran amigo, posee innumerables recuerdos de su padre y de Pinglo que lamentablemente no lo ha archivado de gran manera. En cierto momento y en horas de bohemia César me mostró la partitura de un vals escrito de puño y letra del Maestro dedicado a Jorge Lázaro. Pinglo era de esa manera, bohemio y de hacer muchas amistades. Cualquier acto o experiencia de momento servía para hacer una composición. Son cientos las composiciones que se conocen pero muchos más los que componía en cualquier papel o en servilletas de papel de viejas fondas y que obsequiaba a sus amigos con dedicación incluida. Loayza indica que no murió de Tuberculosis como asevera mucha gente. Era trasnochador, bohemio, pero no de tomar tanto. Realmente no me dijo como creía que había muerto, solo aseveraba que no era TBC.
 
La experiencia que tengo ahora me permite pensar que su mal que duró como ocho años fue Fibrosis Pulmonar que no le permitía respirar correctamente y que conforme pasaba el tiempo iba empeorando, además que era una enfermedad tremendamente desconocida para la época. Así fue como me introduje en el mundo criollo, más aún sabiendo que su madre había nacido en Lunahuaná, distrito de Cañete de donde soy oriundo, el deseo de conocer cada vez más de estos representantes del criollismo, de la gente de su entorno como Pedro Espinel, el Rey de la Polkas, promoción y que vivía cerca de Loayza y era además compadre espiritual del Maestro. A finales de su existencia tuvieron una diferencia que parece fue de faldas. El viejo Loayza, que me parece fui el amigo más joven que tuvo y el más cercano de todas las amistades de sus hijos, no dejaba de impresionarme con su verbo florido. Lo gocé cuando tomó la palabra en el quince años de su nieta Karina, hija mayor de Alberto allá en Mangomarca (ahora debe tener como 45 años mi sobrina querida) y en los quince también de Patricia en San Borja cerca del Hospital de Neoplasia. “Dejaste las muñecas, los jueguitos de té, para cambiarlos por zapatitos de cristal…”. Fue una reunión en donde algunos de los padres de nuestra “mancha” se conocieron y se juntaron por primera y única vez. Todos ellos ya pasaron a mejor vida. Alberto, mi compadre y amigo, siguió los pasos de su padre y era el orador de cuantas reuniones se trataba. El maestro cobró notoriedad después de fallecido. En 1936, grandes escritores, músicos, compositores, revistas, diarios y radios recién comenzaron a hablar de él.

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